Relato de ficción: Las Ruinas Vivas

 Las Ruinas Vivas


Si estoy sufriendo semejante desgracia es porque yo mismo, seducido por ansias aventureras y malsana pasión por los espíritus, me lo busqué. ¿Qué me queda ahora? Contaros mi experiencia, previendo en lo posible futuras víctimas, o por lo menos disminuir su cantidad. Aunque sé perfectamente que la curiosidad humana no tiene límites, convirtiéndose en sí misma en la trampa perfecta par alimentar las fieras del más allá. Dispongo de una eternidad para gritar mis frustraciones, apenas aliviadas por el bálsamo de las palabras; desahogo nunca despreciables para almas anhelantes de alguien que sepa escuchar.

Lo que voy a narrar sucedió una tranquila tarde de un soleado mes de julio. El cielo azul acariciaba la colorida floresta mecida por el viento alegre y todavía fresco proveniente de las montañas del norte; aire limpio que revitalizaba mi cuerpo de tal manera que me sentía pletórico, con más deseos que nunca de salir a mi encuentro con el mundo de ultratumba. ¡Y más cuando las noticias que estaba obteniendo me eran completamente alentadoras! Estaba muy cerca de un descubrimiento grande. Podía casi olfatearlo.

Corrí en busca de mi mochila de tela marrón, metí mis bártulos de investigación (cámara de vídeo, linterna, cuaderno de notas, agua, algunos bocadillos...) y, colgándola al hombro salí al zigzagueante sendero que conducía a la mansión abandonada, a mi cita con el misterio que habría de modificar mi existencia para toda la eternidad.

El camino era verde y sublime. Invitaba a la contemplación. Pensé en cada una de las palabras de mis informantes, casi repitiendo en voz baja sus testimonios, para entretenerme. Se trababa de personas de mi entera confianza (dos amigos de la infancia que seguían viviendo en el pueblo y algunos vecinos). Según ellos, mantenerse a prudente distancia de aquella casona maldita donde, apenas caen las primeras brumas nocturnas, retumban alaridos desgarradores, era la mejor opción posible.

—Te acercas a esas carcomidas paredes y es como si te convirtieras en imán humano de sensaciones horrendas. Aún recuerdo los escalofríos que me invadieron al cruzar el arco medio derruido de la entrada. ¡Madre mía, se me ponen los pelos de punta con sólo recordarlo! Al principio pensé que se trataba sólo de un bajón de azúcar. Tomé algo de café y seguimos adentrándonos en el recinto. Pero ¡a mis dos compañeros de exploración les sucedió exactamente lo mismo! ¿Cómo explicarías eso, eh, Lemus? Además, sentía como que alguien me vigilara en todo momento. ¡Era una sensación asquerosa, eso es! Sin olvidar que la gente del pueblo ya estaba harta de tener que socorrer a los descocados aventureros que, creyéndose Indiana Jones o aquellos célebres Caza-fantasmas de la otra película, se sumergían en aquella escabrosa propiedad intentando captar cacofonías y toda esa mierda que tanto atrae a los imbéciles (según el que hablaba, yo era, desde luego, uno de ellos) ¡Se les veía correr como alma endemoniada hasta caer agotados en medio de la plaza, pidiendo agua y mirando hacia atrás, aterrados, el rostro demudado por el más indecible espanto!

—No volvería a esa maldita casa ni por un millón de euros. Te lo advierto sinceramente: ese lugar sufre una posesión diabólica cuyas causas desconocemos. Además de todo lo que te cuenta mi amigo, creí ver que las paredes se movían y el techo se desprendía. Puede que tan solo fuese una impresión causada por ese abrumador pesar que te embarga desde lo más recóndito del alma. Nosotros lo hemos vivido en primera persona y hemos tenido la suerte de no ir a parar al manicomio de la región, como le ha pasado a muchos. ¡Ni se te ocurra entrar allí, Lemus! Pero veo determinación en tu mirada. Creo que ya podemos ir solicitando una plaza para ti en ese hospital, compañero. ¡Piénsalo bien!

Algunos, que habían visitado la mansión en incursiones vespertinas aseguraban que sus propios ojos habían sido testigos de cómo algunos objetos sin forma definida cruzaban el aire para ir a estrellarse contra las carcomidas paredes haciendo un ruido infernal. ¿Qué pasaba después? Acabado el estrépito: silencio. ¡Ni siquiera se encontraban restos!

—Hay incrédulos que, al contemplar esas paredes, piensan que no es más que un triste edificio abandonado. ¡Cuanta historia y dinero desaprovechado! Se les oye exclamar. Pero yo pienso para mis adentro: si no se vende será por algo ¿no es cierto? Te digo lo que creo: esas ruinas están más vivas que nunca. Ignoro qué maldita cosa las alimenta...

Puede que su alimento sea el miedo de gente como tú, se me ocurrió, con ganas de echarme a reír a carcajadas de aquellos pobres miedicas.

Creer no no creer… he ahí el dilema. La duda empezaba a palpitar con más y más fuerza dentro de mis sienes. ¿Y si existiera una parte de verdad en esos testimonios? ¿Y si por fin hubiese dado con algo concreto que me ayudarse a confirmar la existencia de los eventos paranormales? Desde luego, sería el descubrimiento del siglo. Durante diez largos años mi pasión por los fenómenos parapsicológicos no había dejado de crecer. Tal afición me había impulsado a escarbar las húmedas tierras de Nueva Orleans en busca de restos de supuestos vampiros. El aturquesado cielo de París me había contemplado destripando leyendas carcomidas en diarios mohosos de personajes desaparecidos siglos atrás. El crudo invierno de Toledo se había colado hasta el tuétano de mis huesos, burlándose de mis infructuosas pesquisas en sus cementerios medievales destartalados…

Y ahí estaba yo, plantando mis noventa kilos delante de la calavera sin techo que significaba aquella mansión acotada por frondosos árboles y asilvestrados jardines. La vecindad estaba integrada por una intrincada selva de plantas enredaderas, helechos y arbustos desmadejados. A pesar de naturaleza tan magníficamente existencial flotaba sobre la propiedad un no sé qué de sentimiento mortuorio aumentado, tal vez, por el olor ocre, avinagrado, que escapaba desde el interior de la casa por las desvencijadas ventanas. Erguido delante de la casona, noté que mi cuerpo vibraba de emoción. Respiré profundo, agradecido ante la oportunidad que estaba aprovechando de investigar una mina de tesoros paranormales. El viento mecía las ramas de los tamarindos y limoneros con dulzura incomparable, alfombrando el suelo del vivos colores, perfumándolo con el ácido aroma de la fruta podrida.

Me adentré en el vestíbulo de la propiedad cruzando el arco, pieza exquisitamente conservada, en parte, que daba una idea de la grandiosidad que debía tener la propiedad en sus mejores tiempos. Ya en medio del salón principal me detuve a estudiar el recinto cuando, de súbito, un silbido escalofriante —longo, intensamente triste— cortó el aire transformado en tufo pestilente, rancio, difícil de respirar. La cálida transparencia que me rodeaba giró hacia un gris mortecino. Las carcomidas paredes vibraron, originando boquetes en el suelo por donde se diluía un putrefacto y escabrosos vahído. ¡Dios, mío! Por fin la realidad se ponía de mi parte. Estaba captando una escena paranormal en vivo y en directo y pronto dispondría de las pruebas que demostrarían al mundo lo que ya sospechaba.

¡Lo paranormal es una realidad incuestionable!

Dispongo la cámara en un trípode y la enciendo, decidido a captar todo cuanto suceda de ahora en adelante, iluminado por el hilo lumínico de mi linterna: neblina pastosa. Techos que desprenden restos polvorientos, como si alguien caminara sobre ellos. Entes movedizos semejantes a sombras más oscuras que la noche, cruzando las estancias a velocidad escalofriante, marcando desesperados vaivenes. Frenéticos remolinos de hojas podridas que ascienden, furiosas, hasta el cielo cada vez más oscuro.

Palpo intensos dolores mortificando brazos y manos —Me detengo a contemplar mis extremidades y descubro cómo una pegajosa mancha mohosa los tapiza con espeluznante rapidez—. Mi mente se debate entre la sorpresa atónita y la fascinación que siento por todo cuanto observo, con delicia extrema, a mi pesar. Tal es el embrujo que nace en mi interior por aquellos fenómenos místicos tan extraños que rechazo la idea de perderlos de vista, negándome a dar un ápice de importancia a mi despedida física del mundo de los humanos. Cuando mi cerebro me ofrece la idea de correr hacia campo abierto es demasiado tarde para lo que queda de mi cuerpo corrompido, descarnado y sufriente. La corrupción crea costras volcánicas adheridas a una piel extraña que se percibe como piedras a punto de estallar.

Fue un proceso tan rápido que han pasado cientos de años y aún no comprendo cómo sucedió realmente, tal vez debido al delirio que me trituraba los sesos. Sólo sé que la tierra me fue absorbiendo como lluvia cayendo sobre desierto insaciable. Me convertí en un líquido viscoso, macilento. ¿Quién, qué demonios soy ahora? No soy nada concreto. Me percibo como sombra desgarrada encerrada en un sentimiento de pérdida sin fin, incapaz de alegrarse por su destino. Un vampiro más dentro de la horda de seres malditos del submundo, si así quiere llamarse. Como ellos, vigilo a las personas, simples puñados de comida en reserva, mientras exploran Las Ruinas Vivas en busca de anheladas respuestas parapsicológicas, con sus locos experimentos y cacharros inservibles. Desde luego que ellos lo ignoran, pero en cuanto mis compañeros y yo percibamos el latigazo del hambre inmortal que nos atormenta en noches de Luna Roja, nos dejaremos notar, tragándonos a unos cuantos, inevitablemente.

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Las Ruinas Vivas.
Autor: @ Olivier Rodriguez.
Terminado en Madrid el 3 de Mayo de 2023.

Relato: copytight @ Olivier Rodriguez Jaimes.
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10/Post a Comment/Comments

  1. Sin duda es una casa que nunca se pondrá a la venta.

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    1. ¡Asi es! No es casa para la venta, con lo cara que están. ☺ Gracias, Cabrónidas.

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  2. Me encantó el relato, inquietante y en vilo. Enhorabuena. Saludos

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    1. Hola, Nuria... Muchas gracias por tu lectura y hermoso comentario. Ya sigo tu web. Un abrazo.

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  3. Oliver, curioso y bueno tu relato que me tuvo intrigada hasta el inesperado final, felicidades

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    1. Hole, Elenas... Gracias por tu lectura y amable comentario. Vendrás más relatos cortos. Un abrazo.

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  4. Hola Olivier, me ha encantado tu micro-relato, me ha sabido a poco....eres un artista, bravo !!!! Un abrazo y seguimos en contacto tambien por Youtube querido amigo.

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    1. Hola, Mygue. Gracias, amigo... un gustazo leer tu comentario y saber que has disfrutado el relato. Pronto tendrás otro. Un abrazo.

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  5. Ya por aquiii apreciado amigo apoyando tu maravilloso proyecto de lo "oscuro"...
    Una historia realmente impactante... muy buena.
    Sabías que en la realidad si puede ocurrir estas cosas?... pues si... quiza con mas detalles de "cosas "...

    Éxitos.

    Bendiciones luz protectoras...

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  6. Hola, Sire... Gracias, amiga. La realidad es a veces multi-dimensional. Muchas gracias por leerlo y por tu hermoso comentario. Un abrazo. ☺

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